El mismo día que acabé oficialmente los exámenes, ese día comenzó el verano para mí. Sentí esa brisa de aire de libertad, una libertad deseada y muy buscada. Verano es sinónimo de playa, pues eso fue, fui a la playa, el mismo día. Querido/a lector/a (que supongo que eres lectora, no sé por qué, pero mi diario lo leen las chicas, y eso me encanta) te explicaré cómo fue mi día.
El día anterior, quedé con Greimy, Grimedy y Lady Juliana (tres elementos que sin ellas, este curso sería una porquería y aconsejo a cualquiera que las conozca). Era un día raro, un día que el calor pegaba de enfrente, el sol y el agua estaba de lo más delicioso, un día en el que no sabías que era mejor dentro o fuera del agua. Nada más pisar la arena, nos entraron unas ganas irresistibles de meternos en el agua, como cuatro niños que juegas a salpicarse. Todo estaba a nuestro favor, jugando y más jugando se pasaron unas cuantas horas, hasta que salimos, y en seguida volvimos a entrar. Todo nos venía grande, no sabíamos que hacer. Al final, salimos del agua –para hacernos un centenar de fotos y tomarnos un “ice cream” en el McDonald más cercano-. Un día de lujo, un día que sería el principio de todo un largo verano.
Después, por la noche, en la feria del barrio de al lado, me encontré con otro grupo de mi clase, y después, cansado de todo el día de playa me subí a la atracción más peligrosa de todas, pero aquí estoy -y a decir verdad, no es para tanto-.
En total, un día que lo aproveché mucho, era imposible que lo dejara perder, al menos ese día no.
