La luna que me orbita está rota, las mojadas láminas del diario quedan tendidas sobre los surcos de mis manos. Siento cómo el tiempo me desuella, abierto de par en par.
No lloro porque estoy vacío por dentro.
Me arde el pecho por dentro y duele mucho. Soy la granada que cayó del cielo, a voluntad de un juego de Dios, que derramó las semillas al impactar sobre el manto rocoso.
Sigo sin llorar porque no puedo.
Quizás este siglo sea mío,
pero pintado de azul.